(Buenos Aires, 1978) es un escritor y guionista con más de ochenta libros publicados y alrededor de ciento cincuenta capítulos de televisión emitidos, al día de hoy.
Escribió los guiones de los dibujos animados La Princesa Medialuna y Ciro Tódorov, entre otros.
Sus libros fueron publicados en español, inglés, francés, italiano, alemán, portugués, serbio, croata, coreano, catalán, armenio y griego, obteniendo los premios de Mejor Libro en el Certamen “Ciudad de Alicante” (España, 2006); mejor historieta en los ALIJA (Argentina, 2012) y la medalla de la Legión del Libro (Uruguay, 2012).
Vive en una casita roja, en un barrio de casas bajas, con su hija Malena, su pareja Victoria, sus miles de libros y su huerta de cajones.
Nació en Lomas de Zamora, Buenos Aires, allá por 1977, cuando todavía se alquilaban VHS y el papel carbónico era tecnología punta. Desde entonces, vive dibujando todo lo que se le cruza por la cabeza: superhéroes, guerras absurdas, gatos con más carácter que él, y tipos con problemas existenciales (o con capas, que suele ser lo mismo). Ha publicado de todo un poco: desde libros para pintar para Disney hasta novelas gráficas que cruzaron el Atlántico, como La Fisura, editada en Inglaterra. También hizo tiras a color para La Voz del Interior (Córdoba), y creó su propia Secundaria de Superhéroes, donde los poderes no siempre sirven para aprobar exámenes.
Entre sus trabajos más destacados se cuentan La historia del otro Juan Moreyra , Destello, y Como yo gané la guerra. También ilustró La Piedra para la revista digital Bestia Suelta, y la novela Vitto & Male, que viajó hasta Italia para publicarse en episodios durante dos años en la revista Skorpio de la editorial Aurea. Entre trabajo y trabajo, colaboró con Infinity Studio (Singapur), diseñando personajes y storyboards para proyectos que suenan más futuristas que su cafetera. Hoy vive en Córdoba capital junto a su mujer y dos gatos con nombres épicos: Phantom y Kylo Ren. Reeditó su libro Como yo gané la guerra con G-Comics, y sigue dibujando sin pausa, porque —según él— es más fácil hacer líneas que explicarle a su familia de qué vive.












